sábado, 7 de octubre de 2017


Inmigrar es un proceso difícil y complicado.  A los ya engorrosos trámites legales, financieros y logísticos, se les agrega el costo emocional y social.  Dejar atrás familiares, amigos, compañeros de trabajo y posición a nivel profesional, entre otros, implica un desgaste emocional difícil de compensar.  Es un proceso laberintico, donde en ocasiones sentimos que no podemos avanzar para encontrar la salida adecuada.  Al mudarnos a otro país, nos cuesta perder nuestro estatus de inmigrantes para convertirnos en ciudadanos de la nueva nación adoptiva. 
Muchos autores consideran que la adolescencia también es un laberinto donde los jóvenes dan dos pasos hacia la adultez y retroceden tres hacia la niñez.  El adolescente inmigrante no solo debe enfrentar el torbellino emocional propio de su edad, sino que además deberá tratar de acoplarse a una nueva vida en un país diferente. 
Incluso en los casos donde los adolescentes inmigran con su familia, el proceso de escoger una carrera en el nuevo país de residencia puede ser difícil y angustioso.  En su condición de inmigrantes, los padres no pueden fungir como figuras de referencia acerca de las carreras y las universidades, ya que, en la mayoría de los casos no han asistido a universidades en la nueva patria adoptiva.
Elegir una carrera o profesión en estas circunstancias implica no solo una elección vocacional, sino que se convierte en una decisión que impactará su futuro y posiblemente toda su vida.
Ser médico, ingeniero o arquitecto es tan solo un aspecto de esta elección.  A ello hay que sumarle ubicación geografía (que tan cerca de la familia puedo estar), posibilidades económicas (becas, créditos, alojamiento gratis), y, la presión de: cómo lograr conseguir un empleo que les permita mantenerse y asimilarse a su nuevo país.
En la cultura latina, los hijos desde que nacen son arropados por la familia nuclear y extendida.  Los abuelos, tíos, primos, padrinos y otros familiares se sienten con derecho de opinar sobre su educación, alimentación, crianza, y hasta su forma de vestir. Frases como “no le pongas esa camisa que se le ve mal”, o “ese colegio no es para mi nieto…”, se escuchan a menudo en estos hogares.  Hace unos años era poco probable pensar que los hijos abandonarían el hogar al salir del bachillerato en busca de nuevos horizontes.  Incluso algunos siguen opinando que: “latino que se respete sale de su casa casado”. 
Otras culturas en cambio inician la campaña para que los niños abandonen el hogar materno desde el preescolar.  Muchos padres repiten: “no puedo esperar que se vaya a la universidad”.  Otros hacen planes para cuando “el nido quede vacío”.  El sistema educativo en culturas como la norteamericana, educa a los alumnos en destrezas destinadas a tomar pruebas estandarizadas que permitan a los aprendices el acceso a universidades de alto rendimiento. En el mejor de los casos, padres e hijos aspiran a entrar en una buena universidad, sin reparar en la distancia física entre el hogar parental y la universidad.  Es decir, se toman en cuenta factores prioritarios relacionados, más bien, con el prestigio de la casa de estudios y los programas que forman parte de la oferta académica.
El mejor “matrimonio vocacional” se produce cuando se unen el interés de hacer algo con la capacidad para hacerlo, es decir, cuando logramos sentir que somos buenos para algo que nos interesa.  Sin embargo, el adolescente inmigrante debe tomar en cuenta otros aspectos que en ocasiones se superponen con la capacidad y el interés. 
Para optimizar esta elección de vida es importante ayudar a nuestros jóvenes a identificar factores claves de su persona y el nuevo entorno.  Una buena orientación vocacional debe incluir, entre otros:
·         Un perfil de fortalezas y debilidades cognitivas.
·         Un claro entendimiento del patrón de socialización.
·         Una visión general del desarrollo emocional.
·         El análisis del contexto sociocultural y laboral donde nuestros jóvenes se van a desenvolver en un futuro.
·         El manejo del idioma.
·         La capacidad para vivir independiente y las responsabilidades que esto implica.
No se trata tan solo de tomar una batería de pruebas estandarizadas que arrojen un simple resultado.  Este proceso debe ser personalizado y debe incluir una serie de entrevistas, no solo con el joven, sino también con los padres donde ellos puedan compartir información relevante acerca de sus patrones de crianza, costumbres y expectativas con relación al futuro de sus hijos.
Además de conocer sus fortalezas y debilidades, debemos entender el entorno social donde estos adolescentes continuaran su desarrollo hacia la adultez mientras intentan brillar con luz propia.  Son las pequeñas diferencias las que harán una gran diferencia que permitirá a nuestros adultos jóvenes adaptarse a su nueva vida, fuera de casa, y, sobre todo fuera del país donde nacieron y en muchos casos se criaron. 
Muchas veces no nos damos cuenta de la importancia de este momento. Un proceso de orientación vocacional con un buen profesional experto es una inversión que puede hacer la diferencia y apalancar el éxito futuro de tu hijo, quien seguramente, te lo agradecerá toda su vida.






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