Inmigrar es un
proceso difícil y complicado. A los ya
engorrosos trámites legales, financieros y logísticos, se les agrega el costo
emocional y social. Dejar atrás familiares,
amigos, compañeros de trabajo y posición a nivel profesional, entre otros,
implica un desgaste emocional difícil de compensar. Es un proceso laberintico, donde en ocasiones
sentimos que no podemos avanzar para encontrar la salida adecuada. Al mudarnos a otro país, nos cuesta perder
nuestro estatus de inmigrantes para convertirnos en ciudadanos de la nueva
nación adoptiva.
Muchos autores
consideran que la adolescencia también es un laberinto donde los jóvenes dan
dos pasos hacia la adultez y retroceden tres hacia la niñez. El adolescente inmigrante no solo debe
enfrentar el torbellino emocional propio de su edad, sino que además deberá tratar
de acoplarse a una nueva vida en un país diferente.
Incluso en los
casos donde los adolescentes inmigran con su familia, el proceso de escoger una
carrera en el nuevo país de residencia puede ser difícil y angustioso. En su condición de inmigrantes, los padres no
pueden fungir como figuras de referencia acerca de las carreras y las
universidades, ya que, en la mayoría de los casos no han asistido a
universidades en la nueva patria adoptiva.
Elegir una carrera
o profesión en estas circunstancias implica no solo una elección vocacional,
sino que se convierte en una decisión que impactará su futuro y posiblemente
toda su vida.
Ser médico,
ingeniero o arquitecto es tan solo un aspecto de esta elección. A ello hay que sumarle ubicación geografía
(que tan cerca de la familia puedo estar), posibilidades económicas (becas,
créditos, alojamiento gratis), y, la presión de: cómo lograr conseguir un
empleo que les permita mantenerse y asimilarse a su nuevo país.
En la cultura
latina, los hijos desde que nacen son arropados por la familia nuclear y
extendida. Los abuelos, tíos, primos,
padrinos y otros familiares se sienten con derecho de opinar sobre su
educación, alimentación, crianza, y hasta su forma de vestir. Frases como “no
le pongas esa camisa que se le ve mal”, o “ese colegio no es para mi nieto…”,
se escuchan a menudo en estos hogares.
Hace unos años era poco probable pensar que los hijos abandonarían el
hogar al salir del bachillerato en busca de nuevos horizontes. Incluso algunos siguen opinando que: “latino
que se respete sale de su casa casado”.
Otras culturas en cambio
inician la campaña para que los niños abandonen el hogar materno desde el
preescolar. Muchos padres repiten: “no
puedo esperar que se vaya a la universidad”.
Otros hacen planes para cuando “el nido quede vacío”. El sistema educativo en culturas como la norteamericana,
educa a los alumnos en destrezas destinadas a tomar pruebas estandarizadas que
permitan a los aprendices el acceso a universidades de alto rendimiento. En el
mejor de los casos, padres e hijos aspiran a entrar en una buena universidad,
sin reparar en la distancia física entre el hogar parental y la
universidad. Es decir, se toman en
cuenta factores prioritarios relacionados, más bien, con el prestigio de la
casa de estudios y los programas que forman parte de la oferta académica.
El mejor “matrimonio
vocacional” se produce cuando se unen el interés de hacer algo con la capacidad
para hacerlo, es decir, cuando logramos sentir que somos buenos para algo que
nos interesa. Sin embargo, el
adolescente inmigrante debe tomar en cuenta otros aspectos que en ocasiones se
superponen con la capacidad y el interés.
Para optimizar
esta elección de vida es importante ayudar a nuestros jóvenes a identificar
factores claves de su persona y el nuevo entorno. Una buena orientación vocacional debe incluir,
entre otros:
·
Un perfil de fortalezas
y debilidades cognitivas.
·
Un claro entendimiento
del patrón de socialización.
·
Una visión general del desarrollo
emocional.
·
El análisis del
contexto sociocultural y laboral donde nuestros jóvenes se van a desenvolver en
un futuro.
·
El manejo del idioma.
·
La capacidad para vivir
independiente y las responsabilidades que esto implica.
No se trata tan
solo de tomar una batería de pruebas estandarizadas que arrojen un simple
resultado. Este proceso debe ser
personalizado y debe incluir una serie de entrevistas, no solo con el joven,
sino también con los padres donde ellos puedan compartir información relevante
acerca de sus patrones de crianza, costumbres y expectativas con relación al
futuro de sus hijos.
Además de conocer
sus fortalezas y debilidades, debemos entender el entorno social donde estos
adolescentes continuaran su desarrollo hacia la adultez mientras intentan
brillar con luz propia. Son las pequeñas
diferencias las que harán una gran diferencia que permitirá a nuestros adultos
jóvenes adaptarse a su nueva vida, fuera de casa, y, sobre todo fuera del país
donde nacieron y en muchos casos se criaron.
Muchas veces no
nos damos cuenta de la importancia de este momento. Un proceso de orientación
vocacional con un buen profesional experto es una inversión que puede hacer la
diferencia y apalancar el éxito futuro de tu hijo, quien seguramente, te lo
agradecerá toda su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario